Un millón de baldosas se enredan, son cuadrículas que flotan sobre una cama de argamasa. Superficie en la que duermen perennes los retales que forman mosaicos dibujando calles que suben al cielo, para bajar a lo más profundo del mundo.
Venas entrelazadas unas; otras discurren paralelas, todas ellas forman un trenzado de viales y avenidas que se miran de reojo para recorrer estáticas los cien entresijos de la ciudad.
Paseos poblados de almas confluyen en hermosas plazas cuadrangulares, rectangulares. Ágoras de las que han nacido estatuas de lado y nombres imposibles. Caminos de alquitrán que se estiran, y que de pronto ya no están, desaparecen…
Líneas gemelas de hierro que recorren un laberinto empedrado, paraíso de tranvías que fluyen callados. Gente mirando a través de las ventanas e interpretando con un interés cíclico y generalizado los mensajes grabados en los mosaicos de color azul de las fachadas.
Paseaban los viajeros sus sueños cóncavos y convexos por las ramblas, callejones y travesías. Escribir pretende el poeta, el canto sin sonido de los pececillos del río Duero.
Corazones robados por el embrujo de seis puentes…
El Ponte das Barcas, doscientas diecisiete primaveras. Resuenan gritos de incontables víctimas, piqueteadas por las bayonetas de las tropas invasoras francesas, en el año 1809.
El Ponte Pênsil, intermediario que casaba en primeras nupcias a Oporto con Gaia. Un paso que es solo un recuerdo de cuerpo borrado. El Ponte María Pía, nombre debido a María Pía de Saboya. El Ponte do Infante, en honor a Enrique el Navegante. El Ponte Luis I, y el Ponte do Freixo.
Los paseantes, perdidamente enamorados, fingen el rapto de su propio ser desde la otra orilla del río, sin premeditación pero con nocturnidad, y con mil novecientas sesenta y nueve luces de neón.
Puedo leer los pensamientos que caminan por los pasadizos y pasajes de la historia. Cale pasó a ser la Romana «Portus Cale», que hoy es la bella Oporto y que dio nombre a todo un país: «Portugal». Embelesado en la Torre de los Clérigos, la Casa da Música y la Fundación Serralves, dedicada al arte contemporáneo.
El cielo azulado hace el amor con las fachadas de los templos. Azulete, azulón, el color de las pinceladas de tinta plana en los azulejos del vestíbulo de la estación de San Bento, de estilo Neoclásico.
Los trenes se detienen sin melancolía, y en las estaciones se dibuja la esperanza.
¡Bella Oporto, qué maravilla!…
Xavier Eguiguren, articulista, novelista, escritor de cuentos infantiles, colaborador en la radioRTPA, corresponsal de la revista Enki-Mallorca.