Érase una mujer que vivía en el piso de arriba. Siempre llevaba zapatos de tacón.
En el piso de abajo vivía la misma mujer, breve tiempo atrás. Estaba a punto de comprarse sus primeros zapatos de tacón.
Ambas mujeres se cruzaban en las escaleras del edificio, siempre en sentidos opuestos.
Pero era incapaz de verse a sí misma reflejada en su “pasado—futuro”. La ignorancia era recíproca.
Uno de los primeros días de enero, una mujer con altos zapatos de tacón subió las escaleras y, un piso antes de llegar al suyo, “se” encontró semisentada y apoyada sobre una puerta y los ojos negros de lágrimas.
— ¿Le ocurre algo? — preguntó.
— Sí…, no encuentro unos zapatos para mí, y los deseo desesperadamente, el hombre que vivía conmigo se ha marchado para siempre y no tengo sueño por las noches…
— ¿Sabes? A mí hace no mucho tiempo me pasó algo parecido y lloré desesperadamente durante semanas, no podía comprender entonces que, debido a que ese hombre se marchara, tendría luego la oportunidad de encontrar los mejores zapatos para mí, y pude volver a dormir en las noches.
Para mi amigo J. M., por los zapatos de tacón que han de llegar.