Si estás leyendo este blog, estoy seguro de que a ti también te ha pasado. Seguro no, segurísimo. Convencido.
¡Me apuesto 20.000 libras esterlinas!
Cierto es que el modus operandi varía según la obra y el lector. Y que puede ocurrirte al principio, en la mitad o en la última escena del libro. Los caminos para llegar a ese momento son tantos como personas viven en este planeta.
Pero, al final, siempre sucede de la misma manera: vas pasando páginas, recorriendo capítulos, avanzando por la trama, tu mente está absorbida por la historia, tus ojos saltan de una línea a otra sin separarse del papel. No puedes dejar de leer.
Y de repente…
¡¡PAFF!!
El libro te ha soltado un tortazo que te ha dejado tonto.
¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha ocurrido? ¿El mejor amigo del protagonista ha resultado ser el estafador que perseguíamos? ¿Aquel macabro asesinato del primer capítulo fue un montaje? ¿Los amantes han decidido poner fin a sus vidas al no poder vivir su amor con libertad? ¿O acaso el mundo real ha desaparecido y has quedado atrapado en el universo creado por el escritor?
La última vez que un libro tuvo ese efecto en mí, estaba en el fisioterapeuta recibiendo una sesión de magnetoterapia. De repente, la novela que estaba leyendo entre ondas magnéticas saltó de mi regazo, se elevó en el aire… y me dio un sopapo que hizo vibrar la camilla.
«¿Cómo? ¿La sospechosa lleva seis años muerta y ahora la principal acusada es… la víctima? ¡Ay!»
Recuerdo mi cara de pasmo, mi mandíbula caída, mi pulso acelerado, el fisioterapeuta desesperado ladrándome instrucciones. Todas esas imágenes permanecen almacenadas en mi mente con claridad cristalina. Tampoco es de extrañar, considerando que hablo de esta misma mañana.
Mis artículos para este blog irán sobre eso: Libros que me dieron un tortazo. Obras literarias que marcaron para siempre mis mejillas con la silueta de una mano abierta. Algunas de estas historias redirigieron el curso de mi vida. Otras, de manera más simple, se limitaron a hacerme pasar un rato fantástico. Pero todas estas novelas tienen algo en común: forman parte de un club de miembros inolvidables que inauguré a los doce años.
El autor de ese primer soplamocos fue un distinguido gentlemaninglés muy poco dado a la violencia física. Pero, desafortunadamente para mis mofletes, el señor Phileas Fogg olvidó retrasar su calendario tras haber dado La vuelta al mundo en 80 días. Y claro…, sucedió.
Hasta entonces, yo solo había leído libros infantiles. Pero mi padre tuvo la ingenua idea de regalarme una colección de tomos con las mejores novelas de Julio Verne. Así fue como el pobre, que jamás me ha puesto la mano encima (de momento), me introdujo en el emocionante mundo de los bofetones literarios.
Desde entonces, la cara de su hijo jamás ha vuelto a ser la misma.
¿Y tú? ¿Qué me dices? ¿Recuerdas cómo fue tu tortazo inaugural y quién fue el culpable o la culpable? Ven. Acércate. Siéntate y cuéntanoslo. Estaremos encantados de escuchar cómo fue esa primera vez.
Chule Fergu