Daniel jugaba en el jardín cuando vio una bola peluda y fea que rodaba por el sendero, estuvo a punto de pisarla cuando una voz mofletuda dijo.
—¡Cuidado, que me vas a pisar!
Daniel se paró en seco, y miró con mucha atención.
—¿Has hablado tú?… Que las bolas no hablan.
—Yo si puedo hablar, ¿no ves mi corona?
—Me llamo Coronavirus y estoy muy triste porque nadie me quiere. Vengo de China, he recorrido el mundo entero y en todas partes quieren matarme.
—Eso es porque eres malo y haces daño a la gente, cuando tú llegas a un sitio, las personas se ponen enfermas y algunas mueren.
Coronavirus se quedó mirando al niño con sus ojillos a punto de salir disparados de sus órbitas.
—Yo no quiero hacer daño a nadie, lo que pasa es que mi cuerpo está lleno de pequeñísimas púas, y cuando hace viento, se elevan como alas de mariposa, y como son invisibles, se introducen por la nariz y por la boca de la gente, para poder alimentarse.
—Si tú no mueres, mucha gente morirá.
Daniel levantó un pie y aplastó la bola con sus deportivas. Así fue como murió Coronavirus.