En aquel entonces, el mundo iba muy rápido, demasiado como para detenerse a pensar en lo que de verdad es importante, es decir, la vida.
Por eso los gobernantes no lo vieron venir, el dinero, la economía y el comercio eran prioritarios para los que dirigían el mundo, y cuando el ejército de monstruos empezó a atacar países, decidieron no alzar sus defensas, dando por hecho que no eran una gran amenaza.
Y en efecto, no parecían una gran amenaza porque eran muy pequeños, tan pequeños que nadie podía verlos. Pero esa era su ventaja, podían colarse con facilidad en los hogares, en las tiendas, en las fábricas… Se ocultaban con su tamaño y atacaban a la humanidad, haciéndola enfermar.
Sin embargo, había una cosa que los monstruos no soportaban: la limpieza. Toda clase de jabones, lejías, desinfectantes… les hacía daño y podía acabar con ellos, pero… ¿cómo?, ¿sin saber dónde estaban? Pues sí, la gente tuvo que limpiar y limpiarse a ciegas, confiando en un futuro mejor.
Un día, un aplicado investigador inventó unas gafas con las que ver dónde estaban los pequeños invasores. Se repartieron gafas a todas las personas, y todos juntos vencieron a los monstruos limpiando el Planeta.