¡Chiquitín, dame un abrazo muy fuerte y te lo cuento!
Lo que pasó fue que todas las personas tuvimos que permanecer en casa aislados. No podíamos vernos ni tocarnos, ni abrazarnos, ni besarnos…
Habíamos llegado a un punto en el que la tecnología nos había conquistado; nos pasábamos el día pegados a las pantallas, y no disfrutábamos de lo que realmente era importante.
Entonces, una fuerza divina nos envió un bichito que quería apoderarse de nuestro cuerpo y nos ponía enfermos, lo cual nos obligaba a quedarnos en casa para que no nos contagiáramos unos a otros.
Las personas seguíamos con nuestras vidas a través de una pantalla. Fue muy gracioso los primeros días, porque veíamos y hacíamos muchas cosas. Pero cuando pasó una semana, empezamos a ponernos tristes y a echar de menos a nuestra familia, nuestros amigos, nuestros vecinos… porque no podíamos verlos en persona, ni tocarlos, ni abrazarlos, ni besarlos.
Gracias al esfuerzo de todos y al trabajo de muchos, pudimos vencer al bichito.
De esta manera, aprendimos a disfrutar de las pequeñas cosas, de la naturaleza y de las personas, y nos dimos cuenta de que la tecnología era mejor usarla en su justa medida.