En enero del 2020, cuando todavía era profe de teatro, ya se empezaba a hablar de que había un bicho en China que hacía que las personas se pusieran malitas.
Nosotros lo veíamos muy lejano, pero en marzo, el nombre de Coronavirus empezó a sonar con fuerza. De repente en la tele, salió un señor que decía que nos teníamos que quedar en casa, no podíamos ir a trabajar, solo podíamos salir a comprar y poco más.
Todavía recuerdo la preocupación de todos, porque pasaban los días y no podíamos abrazar a nuestra familia.
Pasaron semanas, más de las que nos imaginábamos, pero un día salió un sol precioso, ¡había una vacuna! Las personas que estaban enfermas se empezaron a curar, y cuando ya no quedaban enfermos en los hospitales, nos dijeron que podíamos salir. Todavía recuerdo el gusanillo que me subió por la tripa al saber que ya éramos libres, que el bicho ya no era el rey.
Bajé corriendo las escaleras hasta llegar al portal, y empecé a correr, a correr sin rumbo, disfrutando de lo bonita que está Madrid en primavera. Me paré a observar un árbol con sus flores, nunca me había dado cuenta de lo bonito que era. A lo lejos vi a mi abuelo, y fui corriendo a abrazarle. ¡Fue un abrazo que me olió a libertad!