En aquel mes de marzo y en los meses sucesivos, España se descubrió a sí misma y se vio como un país capaz de ilusionar y enamorar. Descubrimos una España solidaria y disciplinada que sabía compartir las alegrías y el dolor, y que en los momentos más difíciles era capaz de sonreír y soñar.
En aquellos meses descubrimos que teníamos un extraordinario ejército de hombres y mujeres que, desplegado por todos los rincones, luchó con escasos medios contra un implacable y desconocido enemigo que, después de dejar un reguero de dolor, fue completamente derrotado.
El país que venció la crisis era otro. Era un pueblo unido por el deseo y la esperanza de forjar un país mejor. Un anhelo se extendió por todo el territorio y se convirtió en un clamor que todos escuchamos en nuestro obligado aislamiento. Fue el anhelo de aunar voluntades y recursos, y de ser capaces de crear una sociedad más justa en la que nadie viva o muera en la soledad y el desamparo.