Al llegar la primavera, la Tierra necesitó un descanso, obligando al Planeta a parar.
Las personas se quedaron en sus casas hasta que llegó mayo florido. Leyeron libros, jugaron, escucharon música y descansaron. Hicieron ejercicio físico, crearon obras de arte y aprendieron nuevas formas de ser y de estar con uno mismo y en familia.
Algunos meditaban, otros rezaban, otros bailaban. Y muchos otros se encontraron con sus sombras, por lo cual comenzaron a pensar y sentir de manera diferente, liberándose de su oscuridad, de sus limitaciones y perjuicios sociales. Y así sanaron su alma.
En ausencia de personas que vivían en la ignorancia, sin sentido y sin corazón, la Tierra comenzó a sanar en silencio, y poquito a poco sus pulmones fueron regenerándose, sus aguas volvieron a ser cristalinas y su piel, libre de pesticidas, permitió al resto de seres vivos del Planeta campar libremente y sin fronteras.
Cuando pasó el peligro y la gente se unió de nuevo, lloraron sus pérdidas, y abrazándose hicieron sus duelos ya juntos. Honraron por igual a todas esas personas que dieron todo en primera línea de combate.
Tomaron nuevas decisiones, cambiando y modificado sus actos tóxicos y dañinos, soñaron con nuevos paisajes, y crearon nuevas formas de vivir y sanar la Tierra por completo, ya que habían podido ser curadas.
Covid-19 llegó para enseñarnos a que dejemos de culpar, de juzgar y de dar lecciones de vida, para asumir cada uno nuestra parte de responsabilidad, y comenzar así a vivir y a soñar en paz.