Aún recuerdo cuando en el año 2020 todavía las personas vivíamos atrapadas en un gran miedo que nos paralizaba. Porque el miedo es una emoción que nos ayuda a sobrevivir, pero es como cuando llueve, si caen unas gotitas, la tierra las absorbe agradecida, pero cuando llueve a raudales, los ríos se desbordan. Así pasa con el miedo, pues si te desborda, no te permite vivir los bellos regalos que la vida tiene para ti.
Por aquel tiempo las personas estaban más pendientes de lo que les decían los demás que de escuchar el susurro de su corazón.
Y llegó un momento en el que la Tierra se descontroló.
Hubo unos meses en los que, por miedo a enfermar contagiados por un pequeño virus, nos colocábamos unas mascarillas que nos tapaban la nariz y la boca.
¡Fue el momento que lo cambió todo!
Hasta entonces, las personas hablábamos sin parar, y apenas nos escuchábamos entre nosotros. Al utilizar ese trapito en la cara, se nos hizo bien molesto comunicarnos como siempre lo habíamos hecho, y las miradas tomaron el relevo.
¡¡Vaya que si fue bonito!! El brillo y la expresión de nuestros ojos hablaban, y nos entendíamos mejor que antes, nos respetábamos, todos estábamos unidos, y así ha seguido hasta nuestros días.
Al estar más tiempo en silencio, nos sentimos más seguros y confiados para arriesgar y dar el primer paso hacia nuestros deseos; empezamos a confiar en nuestros dones y talentos, y así vivimos a lo grande, a pesar de nuestros miedos.