—¿Sabes?, no siempre vivimos aquí. Hubo un tiempo en que el aire estaba tan contaminado que huíamos lejos de lo que llaman ciudades.
Me encantaba estar con la «abu» y las historias que me contaba. Me quedé un rato en silencio, observando todo lo que se mostraba ante mí, a veces me costaba imaginar que algo que ahora era tan hermoso hubiera estado lleno de ruido y suciedad. Ese día estaba especialmente emocionada porque iba a ser la primera vez que salía por la noche para escucharlos.
Buscamos un lugar privilegiado, y a las 20:00 h en punto. Las persianas se levantaron, los balcones se llenaron de gente y las ventanas se abrieron. La humanidad conectaba a través del sonido de sus manos. Fue un momento sobrecogedor, quizás no tanto por el sonido, sino por la emoción que estaba latente detrás de él.
Una vez terminó, «abu» me contó que hace mucho tiempo un virus muy pequeñito, más pequeñito que las hormigas que a veces me como, atacó a las personas. Sufrieron, y muchos se tuvieron que quedar en sus casas, mientras otros trabajaban para protegerlos y ayudarlos. Ese virus les hizo recordar su fragilidad como humanos y les ayudó a valorar cosas que poco a poco se habían ido olvidando: como la bondad, la generosidad, la importancia de cuidar nuestra casa, es decir el planeta Tierra. Empezaron a mirar a su alrededor y a nosotros, y juntos emprendimos una nueva era; por eso ahora, cada noche, los aplausos recorren la Tierra.