Pues verás, mi querida Marina… Resulta que en marzo de 2020 las calles y las plazas se quedaron desiertas. Donde antes había ruido, todo se volvió silencio. Un virus muy contagioso nos obligó a permanecer en casa durante varias semanas. Solo podíamos salir al balcón, a respirar aire sin el humo de los coches. Tu papá recuerda este tiempo como uno de los más felices. Hacíamos yoga, manualidades, teatro de marionetas, cocinábamos pasteles, leíamos y jugábamos a las adivinanzas, al trivial, al escondite, a hacernos cosquillas. Manu, tu papá, seguía en la red las clases que daban sus profesores, y chateaba un ratito con sus amigos y con los abuelos. Por la noche, como no teníamos que madrugar ni estar pendientes del reloj, veíamos una peli con tu abuela, y después yo les contaba un cuento inventado, con final feliz. Por primera vez, pasábamos juntos mucho tiempo.
Cuando finalmente pudimos salir de casa a trabajar y a la escuela, ocurrió un milagro: Los adultos dejamos de pelearnos por tonterías y empezamos a preocuparnos por cuidar el Planeta, que es la casa de todos, por tener más médicos y hospitales, porque nadie pasara hambre o no pudiera ir a la escuela. Por culpa de aquel virus, hoy el mundo es un lugar mejor.