Como siempre que es posible, ayer la abuela Nena conversó con su nieta Sisa; en esta ocasión le contó que hace muuucho tiempo, cuando ella era una niña, apareció un virus, más chiquito que una hormiga, que una chispita. Se creía rey del mundo y era muy travieso, entraba en bocas, narices, ojos de las personas, sin dejarlos en paz.
«Auch auch», dicen los gringos. Los franceses: «¡Qué dolog!». Los mexicanos: «¡Qué calor!». Los chinos: «¡Qué calol!».
Como España le gustó, allí decidió pasearse, e igual que en Ecuador, vio a mucha gente enfermarse.
«¿Qué podemos hacer?», se preguntaban profes y niños, mayores y pequeños.
En muchos laboratorios, se pusieron a buscar algo que pueda ayudarles a tratar esta enfermedad.
Nena, como casi toda la gente, se encerró en casa con su familia, y cuando por fin el virus se controló: vecinos, amigos, hermanos, cantaron y se abrazaron, en una gran fiesta.
Por fin se encontró la vacuna para el virus evitar, y entonces, a toda la gente volvió la tranquilidad.
Cuando Nena terminó su relato, Sisa aplaudió y dijo: «Abuela, te amo de aquí al cielo». Y su abrazo fue un abrazo laaargo y hermoso.