Recuerdo ese día como si fuera hoy, mi querida Pauli.
Era viernes 13. Las tormentas no paraban y tampoco las noticias. De un día para el otro, todos estábamos mañana, tarde y noche dentro de casa. Tu abuelo y yo, nos convertimos en magos. Cada día era un espectáculo diferente. Nuestra especialidad consistía en aparecer o desaparecer según las dificultades. A mí me gustaba resolver trucos de Lengua y amaba «hacer sociales». Tu abuelo era un genio en naturales. Ambos éramos excepcionales, desapareciendo a la hora de resolver los ejercicios de matemáticas de tu madre.
Alrededor de las ocho de la noche, los vecinos aplaudían con energía, nuestros trucos y los de todos aquellos que usaban la misma magia. Pero los que más palmas se llevaban eran los médicos, enfermeras, camioneros, farmacéuticos, dependientes de supermercados, y hasta niñas como tu madre, que no usaban el truco de la desaparición en ningún momento.
Las crónicas de aquella época cuentan que después de muchas semanas, nos convertimos en«reyes». El mundo entero dejó de tener diferencias. Logramos juntar todas nuestras fuerzas y plegarias, y como por arte de magia, nos apoderamos de la corona que tanto le gustaba usar a ese malvado virus.