Mi querida nieta, tu abuelo y yo éramos jóvenes cuando pasó aquello… Un virus se extendió por todas partes y tuvimos que parar el mundo. Renunciar a ir al parque, al cine, o a los bares era la única manera de salvarnos. Así que aprendimos a trabajar en equipo y ser solidarios. Los pequeños dejaron de ir al cole; los mayores, a sus trabajos, y los medianos, a sus fiestas o viajes. Fue duro para todos. Pero así aprendimos a valorar mucho más todo: la gran familia que teníamos en casa cada día apoyándonos, los amigos que están pase lo que pase, y lo mucho que vale una conversación, un beso o un abrazo. Nos reuníamos cada día en los balcones para aplaudir a nuestros héroes, los sanitarios que salvaban vidas. Y los niños ya no querían ser como Cristiano Ronaldo, sino como los sanitarios. La naturaleza se descontaminó, y hasta se veían peces en los canales de Venecia. Fue algo que nunca habríamos imaginado.
Así que tú no esperes a que se pare el mundo para darte cuenta de lo mucho que valen tu familia y tus amigos, del alto significado de una conversación o un abrazo, o de lo incalculable que es el precio de una vida o de la naturaleza. Y cada vez que tengas un problema, piensa con el corazón y sabrás que, aunque cueste, siempre podrás resolverlo.