«¿Recuerdas que te dije una vez que los súper héroes no existen? Pues no te conté toda la verdad. Ese año, en casi todo el mundo, se adueñó de las calles un villano llamado Coronavirus. Tenía un ejército de secuaces diminutos que nos atacaban por sorpresa: moco invisible que nos contagiaba al tocarlo. Estaba por todas partes. Y cada vez se “envenenaba” más gente. Siempre ganaba porque lo hacía por sorpresa, igual que cuando te levantas por la noche, sin ver y sin oír nada. Sin embargo, se confió demasiado y perdió. Superhéroes anónimos como la abuela en el hospital, y yo desde casa, dimos los primeros pasos. Mientras estuvimos sin salir a la calle, el Coronavirus empezó a atacar a menos personas, no pudiendo hacer valer su ataque más temido. Y es justo ahí cuando médicos, enfermeras, policías y bomberas, entre otros, fueron los que le asestaron el primer golpe, el segundo… curando a muchísima gente y evitando más contagios. Coronavirus ya no era tan poderoso. Su ejército se ha había reducido. Un grupo de héroes formado por científicos crearon una vacuna que terminó aplastando a este bicho. Pero no fue lo único que nos curó e hizo más fuerte. A raíz de este enemigo, hubo una cosa que nos hizo inmensamente más fuerte…y felices: los abrazos y los besos.»
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